América Latina en el escenario mundial del siglo XXI

América Latina en el escenario mundial del siglo XXI
Competencia hegemónica y conflicto social

Rubén Laufer

En Revista Estudios Latinoamericanos (Universidad de Valparaíso, Chile); año 2, Nº 3, 2º semestre 2006. 



El creciente expansionismo y agresividad de la política exterior norteamericana, y las situaciones en Irak y en América Latina, condicionan toda la situación mundial, al tiempo que echan luz sobre la naturaleza del actual sistema internacional. A partir de la década de 1990 y a impulso del proceso de "globalización", se predicó la desvalorización de los principios de soberanía y autodeterminación nacional. Correlativamente se acentuaron los apremios económicos y financieros y el intervencionismo de las grandes potencias hacia las naciones débiles o dependientes, cuya gravitación en el escenario mundial se debilitó notoriamente. Se revelaron ilusorias las expectativas sobre la conformación de un “poder global”, un "gobierno mundial" ejercido igualitaria y armónicamente por instituciones políticas o económicas internacionales como la ONU o el FMI-BM-OMC, o regido en base a acuerdos de las grandes potencias a través del G-8, el Foro de Davos o la OTAN.
El ciclo de crisis de la economía mundial iniciado en 1997 no se ha cerrado. En 2004, el crecimiento de las exportaciones estadounidenses estimulado por la depreciación del dólar, y la temporal recuperación del consumo y la inversión en ese país alentada por bajas tasas de interés, así como la persistencia de altos índices de crecimiento del comercio exterior de China y de las inversiones hacia y desde esa potencia asiática, impulsaron una temporal recuperación del crecimiento económico global. Sin embargo, según admite el Banco Mundial, el muy vigoroso crecimiento experimentado por la economía mundial el año pasado (3,8%) se está desacelerando... El incremento de las tasas de interés en los Estados Unidos, la paulatina disipación de los efectos de la flexibilización de la política fiscal y, en Europa, las consecuencias de la apreciación efectiva real del 25% experimentada por el euro desde febrero de 2002 contribuyeron a la desaceleración del crecimiento del PIB en el segundo semestre de 2004, proceso que continuó en 2005”[1].
La llamada “globalización” no ha representado una era de crecimiento sostenido de la economía mundial, como lo evidencia el estancamiento o caída de los índices aún en los países desarrollados. Transitoriamente recuperada de la recesión, la economía norteamericana sigue atenazada por un sideral y creciente déficit presupuestario, para cuya solución no bastan los "remedios" de la actual administración dirigidos a estimular la inversión. En Alemania la tasa de crecimiento sigue en baja y el desempleo en alza; tanto ese país como Francia ―que constituyen el "eje rector" de la Unión Europea― se han asignado el derecho de trasponer el límite del déficit fiscal acordado por el bloque comunitario, evidenciando las dificultades que afrontan en la esfera productiva; varias de las mayores multinacionales del mundo (ej., General Motors) están al borde de la quiebra, y muchas (ej., Telecom, Siemens, Daimler-Chrysler, Volkswagen) encaran planes de "deslocalización" y reducción de planteles en decenas de miles de trabajadores. El trasfondo es el de una típica crisis capitalista de superproducción y subconsumo. China es prácticamente el único país que muestra por ahora altas tasas de crecimiento, aunque las fuertes protestas de campesinos y obreros fabriles que logran trascender la censura revelan las profundas desigualdades que la “reconversión” del capitalismo chino acarrea a sus mayorías, señalando los límites de su expansión.
Se afirma la característica multipolar del mundo contemporáneo. Los Estados Unidos constituyen hoy la única superpotencia global (económica, política, militar). Sin embargo, tras la profunda crisis de 1971 no han podido volver a detentar el grado de predominio que poseían en los años '50 y '60, y se ven precisados a recurrir cada vez más a su incuestionable superioridad militar para compensar los desafíos que en el campo económico, financiero y científico-tecnológico le plantean las potencias competidoras (los países predominantes en la Unión Europea, China, Rusia, Japón). La hegemonía de los EE.UU. no se basa hoy en la magnitud de su economía ¾que ya no es la locomotora de la producción y del comercio mundial, rol que crecientemente asume el Asia centrooriental¾, sino en su superioridad armamentística y estratégica a escala internacional[2]. El dólar aún conserva su preeminencia como divisa mundial de intercambio y de reserva; pero su vigencia radica en la disposición de otros países, sobre todo de China y Japón, a sostener el peligroso déficit fiscal norteamericano por temor a una abrupta desvalorización de los bonos de la deuda estadounidense, de los que son principales tenedores.
Como se hizo visible con motivo de la guerra contra Irak, los Estados Unidos se esfuerzan por imponer su hegemonía incontestada en un mundo unipolar, mientras que las potencias competidoras buscan contrarrestar ese objetivo ―y afianzar los propios― mediante la consolidación de la multipolaridad y afirmando el papel de los organismos internacionales. Pero la invasión y ocupación de Irak mostraron además que, pese al enorme poder tecnológico-militar de Washington y al hecho de ser la única potencia capaz de intervenir militarmente en forma inmediata en cualquier lugar del mundo, los EE.UU. son incapaces de imponer un control efectivo sobre un país del tercer mundo cuya población apoya o participa directamente en una resistencia de carácter nacional. La reciente exigencia colectiva del "Grupo de Shanghai" (China, Rusia y cuatro repúblicas centroasiáticas del ex imperio soviético: Uzbekistán, Kirguizistán, Tayikistán y Kazajstán) para que los EE.UU. retiren las bases militares que instalaron en esos países en 2001 en aras de la alegada “guerra contra el terrorismo”, contribuye a debilitar las posiciones estadounidenses también en esa área estratégica que es el Asia Central. Aunque los EE.UU. permanecen como la única superpotencia global, y a pesar de la sustancial unidad de pensamiento entre los ideólogos neoconservadores del Partido Republicano y los del Partido Demócrata en favor de una supremacía basada en la fuerza, las estrategias de los planificadores del Pentágono se revelan ineficaces para restablecer una hegemonía norteamericana sin competidores.

Un mundo multipolar y conflictivo
La perspectiva de nuevas "vueltas" en la espiral de la crisis económica empuja constantes cambios de alineación y reformulaciones de alianzas en el actual escenario político y estratégico internacional, y apura la búsqueda de posiciones ventajosas por parte de las grandes potencias con vistas a un escenario sumamente cambiante.
Los Estados Unidos revirtieron temporalmente las tendencias recesivas de su economía, a impulso principalmente de sus enormes gastos bélicos (recientemente se conoció un proyecto gubernamental para desplegar armamento en el espacio). Pero al mismo tiempo ello les ha generado un descomunal déficit presupuestario y de cuenta corriente (ambos superan el 5% del PBI) y una creciente dependencia para su financiamiento respecto de China, Japón y Corea[3]. Y esto, en contradicción abierta con las medidas proteccionistas que Washington se ve obligado a adoptar respecto de China (a mediados de mayo reimplantó cuotas para las importaciones de textiles de ese origen). Las dificultades en la esfera de la producción han comenzado a originar en la economía estadounidense una "burbuja" especulativa inmobiliaria[4].
La persistencia de la crisis económica no atempera sino que, por el contrario, exacerba las tendencias agresivas del complejo petrolero-militar-industrial norteamericano ―cuyos intereses son hoy representados casi sin mediaciones por el staff que dirige la Casa Blanca― que propugna salir del trance "fugando hacia delante". La reelección de George W. Bush en 2005 consolidó el rumbo expansionista vigente desde su primera asunción presidencial en 2001, expresado en el uso unilateral de la fuerza militar, en la doctrina de la "guerra preventiva", y hoy en la proclamación de un eje "antiterrorista" que vincula la "seguridad" de los EE.UU. a la así llamada "defensa de la democracia y de la libertad contra las tiranías”. En nombre de esta doctrina el gobierno norteamericano pretendió hacer aprobar en la OEA una cláusula que hubiera autorizado la intervención "multilateral" contra gobiernos latinoamericanos elegidos democráticamente pero que "ejercieran sus poderes en forma antidemocrática", o en países que atravesaran luchas sociales (rotuladas como "crisis de gobernabilidad"). Tal cláusula intervencionista y violatoria de los principios de no intervención y autodeterminación, finalmente rechazada por la Asamblea, constituía una clara amenaza al gobierno venezolano, pero también a los de Bolivia, Haití y Cuba.
Correlativamente al crecimiento de su orientación belicista y unilateral, se acentúan en el equipo presidencial y en la clase dirigente norteamericana tendencias fascistizantes, que se manifiestan tanto en el plano externo (campos de concentración de prisioneros en Guantánamo ―Cuba―, Abu Ghraib ―Irak―, Bagram ―Afganistán―; rechazo de la Corte Internacional de Justicia), como en el interno ("Ley Patriótica").
Los EE.UU. se han fijado explícitamente como objetivo conservar la ventaja estratégica lograda tras la desintegración de la URSS[5]. Con ese fin se proponen limitar y cercar geopolíticamente a potencias como Rusia y China. Los estrategas norteamericanos consideran que en el futuro próximo China será el "principal peligro estratégico". Recientemente Washington estableció acuerdos político-militares con Taiwán, actualizó su pacto militar con Japón y desembarcó soldados en Filipinas. Paralelamente, los EE.UU. han estrechado vínculos militares con India y Pakistán y hecho pie en la ex esfera soviética, profundizando sus lazos políticos con Ucrania, Bielorrusia y las repúblicas bálticas y del Cáucaso.
Con la mira puesta en la hegemonía planetaria, Washington trata de reforzar sus lazos comerciales, financieros, militares y políticos con los países de América del Sur. No abandonó los objetivos del ALCA: por el momento intenta contrarrestar la reticencia de muchos gobiernos de la región avanzando en la misma dirección a través de tratados bilaterales de "libre comercio" y de convenios económicos y financieros.
Sin embargo, la persistencia de la resistencia nacional en Irak y el repudio internacional a la invasión y ocupación dificultan las aspiraciones del gobierno norteamericano, obligándolo a dispersar sus fuerzas y contribuyendo así a su debilidad relativa en otras regiones, incluida América Latina.
A través del proceso de integración, las potencias europeas aspiran a recuperar el papel preeminente que tenían en la política internacional antes de las dos guerras mundiales. Ese objetivo prioritario inspiró las sucesivas ampliaciones de la Comunidad Económica y hoy Unión Europea, la última de las cuales, en mayo de 2004, incorporó 10 nuevos miembros, llevando el total a 25 países y 450 millones de habitantes. El mismo fin constituye el trasfondo de la extensión y profundización de sus políticas comunes (agrícola, monetaria, exterior y de defensa), y del proyecto de Constitución Europea, hoy con destino incierto como consecuencia del rechazo al proyecto en sucesivos referéndums nacionales y de las profundas divergencias presupuestarias entre París y Londres.
La Constitución Europea aparece hoy fundamentalmente como un medio para legalizar el predominio de los grandes consorcios económicos del viejo continente, que en los últimos años han buscado aumentar su “competitividad” frente a los Estados Unidos (y a China) comprimiendo los salarios, reduciendo drásticamente los beneficios sociales y "deslocalizando" sus plantas hacia regiones europeas o extra-europeas de menores costos salariales. Esta es una de las razones que explican la apatía y el rechazo que este instrumento jurídico ha cosechado en los últimos referéndums (incluso en España, donde su aprobación se enmarcó en un altísimo índice de abstención). Para evitar la confrontación pública muchos gobiernos de la UE evitaron el camino de la consulta popular y optaron por la vía de la ratificación parlamentaria.
El amplio triunfo del No en Francia y en Holanda mostró ―especialmente en la primera― que en esa oposición no se expresan sólo corrientes proclives a la defensa de particularismos nacionales sino, en grado aún mayor, tendencias con amplio respaldo popular que aspiran a una Europa basada en principios de solidaridad y aún de transformación social opuestos al neoliberalismo predominante. El proceso de integración sigue en pie, pero la creciente escisión entre las bases sociales y las dirigencias políticas conllevará inestabilidad también en ese plano.
Con el fin de consolidar su posición en la competencia con EE.UU., la Unión Europea (particularmente la dirigencia de los países que Bush calificó como “vieja Europa”) busca:
a) Afirmar su rol como potencia mundial, tratando de unificar su posición en  los principales temas de la política internacional. La agresión contra Irak evidenció profundas grietas frente a la acción de Estados Unidos; sin embargo, aún los países de la UE más reticentes a secundar la invasión no cuestionaron la naturaleza de la misma sino sólo su carácter unilateral.
b) Ampliar sus alianzas con otras potencias, promoviendo activamente un sistema internacional multipolar. En esta dirección la UE suscribió recientemente con Rusia un pacto de cooperación denominado “Hacia la Gran Europa"[6].
c) Reforzar sus vínculos históricos con América Latina, aprovechando las aspiraciones de los países de la región a una mayor autonomía respecto de EE.UU., profundizando ―particularmente a través de España― las relaciones comerciales y las inversiones, y promoviendo una amplia asociación interregional con el Mercosur (en este campo se erige como obstáculo la persistente negativa europea a eliminar los subsidios a sus exportaciones agrícolas y las trabas al acceso a sus mercados).
La crisis mundial aún en curso hace emerger contradicciones entre la UE y China, en las que convergen componentes comerciales y políticos. Países de la UE (principalmente Francia e Italia) han impulsado medidas proteccionistas para hacer frente a la "invasión" de sus mercados por textiles chinos. A mediados de mayo la UE presionó políticamente sobre el gobierno chino con denuncias referidas al tratamiento de los "derechos humanos" en China; pero Beijing, consciente del peso fundamental que ha adquirido el mercado chino para las exportaciones industriales europeas, rechazó los cuestionamientos y exigió el cumplimiento de los principios liberales de la OMC respecto de las exportaciones chinas a Europa. Por las mismas razones ―condicionada por la importancia de las exportaciones de armamento alemán y francés― la UE se ve limitada frente al reclamo de Washington para que las potencias europeas reconsideren su disposición a levantar el embargo armamentístico a China establecido en 1989 por la matanza de Tienanmen.
La suspensión del proceso de ratificación al proyecto de Constitución, así como los criterios discordantes en torno al uso y destinos del presupuesto comunitario, obstaculizarán la marcha hacia la unificación política, y consiguientemente la conformación de la UE como una superpotencia en condiciones de paridad con los Estados Unidos. Incluso se habla ya de la conformación de dos "ejes" en el seno de la UE, congregando uno a Gran Bretaña, los países escandinavos y varios de los países de la ex órbita soviética recientemente incorporados, y el otro agrupado alrededor del viejo núcleo franco-alemán.
En el gobierno de Rusia se consolidan tendencias autoritarias y centralistas. Apartándose de los lineamientos políticos de su antecesor Yeltsin ―proclive a un acercamiento hacia Washington―, el presidente Vladimir Putin reafirmó un rumbo nacionalista, centralista y de autoafirmación de la "Rusia-potencia": centralizó los cargos directivos del Estado en manos de jefes de la ex KGB subordinados al propio Putin; eliminó las elecciones de gobernadores; golpeó los intereses económicos de los nuevos magnates rusos y limitó su influencia política; reivindicó la posición internacional de Rusia frente a la injerencia norteamericana en Ucrania y en las repúblicas bálticas y centroasiáticas y a los avances de la OTAN hacia el este europeo. En nombre de la "lucha contra el terrorismo", Moscú ha endurecido visiblemente su actitud frente a la rebeldía nacionalista en Chechenia. Rusia sigue siendo la segunda potencia nuclear del mundo[7].
Desde tales posiciones, Moscú tiende líneas para disminuir su aislamiento, contrarrestar la ofensiva política norteamericana dentro de la "esfera de influencia" rusa, y ampliar el radio de alianzas de Rusia. En esta dirección, evocando el viejo objetivo gaullista de "una Europa unida desde el Atlántico a los Urales", se firmó en mayo último el Pacto de cooperación Rusia-Unión Europea llamado "Hacia la Gran Europa", en la perspectiva de una "asociación estratégica" que incluirá la disminución de barreras comerciales y de inversión, reformas de mercado, etc.[8]. Al mismo tiempo, permanece vigente la "asociación estratégica" Rusia-China suscripta en el 2000.
China lleva ya más de 25 años de profundas reformas capitalistas. Sus resultados son una creciente concentración económica, una estrecha asociación del poder industrial con el financiero (tras la reintegración de Hong Kong en 1997 China posee una de las mayores reservas monetarias del planeta), masivas recepciones de capital externo y crecientes inversiones en el extranjero (incluido su papel dominante en la tenencia de títulos norteamericanos), prácticas de dúmping para conquistar mercados, penetración comercial y política en "áreas de influencia" de otras potencias (Japón, EE.UU.), y visible aspiración a "esferas de influencia" propias (principalmente en Asia oriental y en fuerte y rápida progresión en América Latina).
Los cambios operados durante el último cuarto de siglo no han transformado a China en un país del “tercer mundo” o "en vías de desarrollo", ni en una mera "plataforma mundial de exportación de las transnacionales"[9], sino en una gran potencia que se propone explícitamente afirmar esa condición a escala internacional en un mundo multipolar. Esto es lo que asoma tras la periódica confrontación China-Japón, demostrativa de la pugna por la hegemonía regional en el Asia-Pacífico[10], y tras las duras posiciones de la diplomacia china frente a Estados Unidos y a Europa respecto a temas comerciales, financieros y militares.
Al mismo tiempo, China ha venido practicando una estrategia de creciente complementación económica con América Latina a la vez que multiplicando sus lazos políticos con los países de la región. Tiene una fuerte presencia comercial en casi todos ellos, desde Cuba hasta Chile. A fines de 2004 el presidente Hu Jintao visitó Argentina, Brasil, Chile y Cuba, comprometiendo inversiones por 100.000 millones de dólares para la próxima década y mostrando interés en proveerse de alimentos y de materias primas como soja, petróleo, cobre, oro y níquel. Hoy ya participa en minas de hierro en Perú y Argentina, yacimientos de petróleo en Ecuador y explotaciones de oro en Venezuela. Sectores de las clases dirigentes de muchos países de la región albergan expectativas y se muestran proclives a avanzar ―por medio del intercambio comercial y del fomento de inversiones chinas― hacia "relaciones especiales" o privilegiadas con Beijing, o a asumir el papel de socios subordinados, o a convertirse en intermediarios del gobierno de Beijing o de las corporaciones privadas o públicas chinas en grandes proyectos de inversión, al tiempo que promueven la nueva asociación como una "oportunidad" y un medio para contrarrestar la influencia norteamericana.
El creciente protagonismo chino en las relaciones económicas y políticas internacionales de América del Sur se está introduciendo en la competencia que hasta ahora se perfilaba como "triangular" de nuestro subcontinente con los EE.UU. y Europa, signando la inserción sudamericana en el mundo de características "cuadrangulares". Lejos de expresar relaciones simétricas y de equilibrio entre nuestros países y las grandes potencias, tal modo de inserción es indicio de una exacerbación de la competencia entre ellas por el control de las economías y por una influencia preponderante en las políticas estatales de la región.

América Latina, línea de fractura
En el contexto de la crisis económica aún en curso, y de la agudización de la competencia multipolar, se asiste en los últimos años a un reverdecer del movimiento de los países del tercer mundo contra el dominio económico y político y contra las políticas hegemónicas de las grandes potencias.
En este primer quinquenio del siglo XXI, el "orden" internacional impuesto en los '90 tras la desintegración del imperio ex soviético ha ido evidenciando dos "líneas de fractura" principales.
Una de las grandes áreas de conflicto es el Medio Oriente, destacándose allí la cuestión palestina ―ahora en una impasse tras la muerte de Yasser Arafat y la "desconexión" israelí de la Franja de Gaza, pero sin haberse resuelto ninguno de los problemas "históricos" de la región―, y principalmente la situación de Irak.
La invasión y ocupación colonial de Irak, por una coalición liderada por Estados Unidos en base a argumentos probadamente falaces, arroja una luz intensa sobre la naturaleza del actual "orden" internacional. A pesar de las elecciones del 30/01/05 y del referéndum constitucional del 18/10/05 (realizados ambos en un país ocupado por fuerzas militares extranjeras, y estando los grupos políticos opuestos a la ocupación proscriptos), y pese a la utilización política de las contradicciones religiosas y étnicas entre chiítas, sunitas y kurdos, los EE.UU. se encuentran allí en un verdadero pantano. No han podido vencer la resistencia nacional en sus múltiples formas, ni consolidar el "orden" político, ni estabilizar la producción y apropiación del petróleo. Parte sustancial del territorio del país está fuera del control de las tropas de ocupación y del gobierno. La coalición ocupante está en curso de disgregación.
El otro centro neurálgico del mundo actual es América Latina. Sobre un trasfondo de acrecentada competencia entre las grandes potencias mundiales por el estrechamiento de vínculos económicos y por una mayor presencia política de sus intereses a través de agentes o funcionarios dentro de los aparatos estatales de estos países, los Estados Unidos conservan vigente su hegemonía, aunque crecientemente cuestionada y disputada. Al mismo tiempo, la persistencia de estructuras socioeconómicas deformadas y atrasadas por la dependencia y la gran propiedad territorial, y los efectos catastróficos de las políticas ultraliberales impuestas en los años '90, se traducen en una nueva espiral de ascenso de la movilización social y política.
Debilitada relativamente la hegemonía mundial de los EE.UU. ―según hemos descripto anteriormente―, los esfuerzos de Washington para hacer de América Latina un firme punto de apoyo estratégico en el escenario global se manifiestan a través de dos "vías" principales: una vía económica y otra militar.
En el plano económico, hasta el momento, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) fracasó en los términos promovidos por los Estados Unidos: no pudo ser puesto en funciones el 1º de enero de 2005 según estaba previsto. La idea de crear un mercado único con 34 países americanos (excluida Cuba) era ―y sigue siendo― uno de los principales proyectos estratégicos de Washington para la región[11], con miras a relegar a potenciales competidores, consolidar la alianza con sectores intermediarios o afines de las clases dirigentes locales, reforzar la hegemonía regional de las corporaciones estadounidenses, y profundizar aún más las políticas de ajuste estructural en beneficio de las mismas y de los grupos de interés internos asociados.
En el circunstancial fracaso del ALCA han incidido factores sociales y políticos. Por un lado los múltiples reclamos y movilizaciones de sectores económicos locales cuyos intereses serían afectados por la liberalización comercial. Por el otro, las posiciones de autonomía nacional o volcadas hacia relaciones preferenciales con otras potencias (Unión Europea, China, Rusia) que están asumiendo varios de los gobiernos reformadores establecidos en los últimos años en la región como el de Hugo Chávez en Venezuela y el de "Lula" Da Silva en Brasil. Es notorio el papel de Venezuela en la gestación, frente al ALCA, de proyectos alternativos en el plano comercial ―la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA)― y, en un plano geopolítico más amplio, la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN)[12], concebida como primer paso hacia la integración política del Cono Sur y cuya carta de intención fue suscripta hace pocos meses en Caracas.
El creciente cuestionamiento a la hegemonía económica norteamericana en la región tuvo eco también en el plano político a mediados de 2005 con la derrota de las sucesivas candidaturas impulsadas por los EE.UU. para presidir la OEA y la elección para ese cargo del canciller chileno Insulza. Y volvió a manifestarse con fuerza en los primeros días de noviembre en las múltiples expresiones sociales y políticas de repudio a la presencia del presidente Bush en Mar del Plata (Argentina) con motivo de la IV "Cumbre de las Américas". La Cumbre incluyó el tratamiento de temas esenciales para la agenda norteamericana como la reactivación del proyecto del ALCA, ratificación o condescendencia en la política de cerco y hostigamiento a Cuba y de aislamiento a Venezuela, ratificación de los compromisos sobre pago de la deuda externa, y reafirmación de los principios de libertad de mercado y seguridad jurídica para las inversiones extranjeras según el modelo delineado por el Consenso de Washington. Pese al espíritu conciliador y concesivo del gobierno argentino y otros de la región, ya las negociaciones previas sobre el documento final del encuentro revelaron el notorio alejamiento de buena parte de los gobiernos sudamericanos respecto de las prioridades estratégicas de Washington.
Al tiempo que toman distancia respecto del ALCA y otros ejes de la estrategia de la Casa Blanca, varios de esos gobiernos han emprendido un rumbo de diversificación de sus relaciones económicas internacionales y de aproximación hacia China y la Unión Europea. Tanto en Brasilia como en Buenos Aires, la delegación de Beijing encabezada por el presidente Hu Jintao en noviembre de 2004 reclamó y obtuvo el reconocimiento de su país como “economía de mercado”, cuestión importante para China por su papel en la OMC y para ser eximida de acusaciones de dúmping. Esa declaración tuvo lugar contrariando la fuerte oposición de las organizaciones representativas de la industria nacional, ya que dicho reconocimiento implica el abandono de medidas protectivas frente a la inundación de sus mercados internos con productos baratos procedentes de China[13]. A su vez, la I Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones concluyó el 30/09/05 con importantes acuerdos; en el rubro petrolero, tres gobiernos latinoamericanos ―Venezuela, Brasil y Argentina― y un cuarto, el de España, a través de su estrecha vinculación con la firma petrolera participante de los acuerdos ―Repsol YPF―, se ligaron en una estrategia común de integración[14]. Ambos agrupamientos regionales están también en tratativas sobre la posibilidad de un tratado de libre comercio entre la Unión Europea y la CSN[15].
A pesar del momentáneo retroceso, Washington sigue pujando por avanzar en la misma dirección por el camino de los Tratados de Libre Comercio bilaterales, ya acordados con los países centroamericanos y en curso de negociación con las naciones andinas. Otros poderosos instrumentos económicos de presión con los que Washington apremia a los gobiernos latinoamericanos son los condicionamientos políticos impuestos a través de las sucesivas renegociaciones de la deuda externa ―en muchos casos contraída en forma ilegítima y fraudulenta e incrementada vertiginosamente con las políticas ultraliberales promovidas por las grandes potencias y los organismos financieros internacionales durante la década de los '90―, y el peso preeminente de sus inversiones en los países del área.
En el terreno militar, en nombre del combate a "peligros globales" como el narcotráfico, el terrorismo internacional o el potencial quiebre de la democracia representativa, los EE.UU. han impulsado la reformulación de las doctrinas de "seguridad" de las naciones sudamericanas en un sentido favorable a instituir el derecho de intervención, encubierto o no bajo formas multilaterales. El llamado Plan Colombia ―luego rebautizado Iniciativa Andina― no sólo sigue en curso sino que se plantea objetivos de extensión regional ―fundamentalmente hacia Ecuador―, tendientes a formalizar un "cordón sanitario" alrededor de la Venezuela de Chávez.
En los años recientes Washington ha ido avanzando o procurando posiciones estratégicas en muchos países latinoamericanos a través de la instalación de nuevas bases militares (la de Manta en Ecuador; la nueva sede del Comando Sur en Curaçao) y de radares (Brasil), la promoción o respaldo de procesos de desestabilización económica y política o golpes de estado (Venezuela), el envío de tropas (Paraguay), incidencia en el control de áreas de relevancia estratégica regional (Triple Frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay), y realización de ejercicios militares conjuntos (Unitas). Los EE.UU. han ejercido presión sobre diversos gobiernos del subcontinente (en particular el brasileño y el argentino), utilizando políticamente las negociaciones por la deuda para obtener su apoyo y participación en el "control" de las situaciones de Venezuela y Bolivia.
La actual dirigencia norteamericana se ha fijado, como una de sus prioridades esenciales en la región, garantizar "el flujo libre del suministro regional de energía a los mercados internacionales", ayudar "a las naciones andinas en su esfuerzo por dominar espacios no gobernados" y a todos los países de la región a impedir el "efecto derrame" de sus vecinos inestables, y lograr que "los aliados regionales tengan capacidad y voluntad" de participar en operaciones conjuntas, acciones "antiterroristas" y operaciones "de paz" y de asistencia humanitaria[16]. Estos lineamientos estratégicos marcan un retorno de Estados Unidos a la "doctrina de la seguridad nacional" que, al igual que en la guerra fría, supone involucrar a las fuerzas armadas sudamericanas en funciones de represión interna y abrir paso a la injerencia de las fuerzas armadas estadounidenses en los asuntos internos de los países de la zona.
Sin embargo, también en el aspecto militar la hegemonía de Estados Unidos pasa por un momento crítico. Y no sólo por su empantanamiento en Irak y la contestación de su poderío en Asia oriental y central, sino en la misma América Latina. Un motivo central es el ascenso de lo que el Comando Sur de las fuerzas armadas estadounidenses denomina "populismo radical". Washington teme además que, con la posibilidad de nuevos remezones sociales y en la perspectiva de varias elecciones presidenciales programadas para 2006, en países con fuertes candidatos críticos de la influencia norteamericana ―como el vecino México―, el viraje hacia posiciones nacionalistas o reformistas en América Latina pueda tornarse aún más pronunciado.
Precisamente, los países sudamericanos se han caracterizado en el último quinquenio o poco más por una gran efervescencia política y social. Ella se manifiesta en múltiples formas:
1) Rebeliones y estallidos populares que cuestionan a gobiernos nacionales o locales ―representativos de las políticas neoliberales― y en general a todo el sistema institucional (movimientos en Bolivia, Argentina, Ecuador; movimientos campesinos en Brasil y Paraguay). En varios países de la región se verifica, además, un verdadero resurgimiento del movimiento de los pueblos originarios por sus derechos territoriales, sociales y políticos.
2) Avance de proyectos reformistas por vía electoral (Brasil, Uruguay, Nicaragua, El Salvador).
3) Persistencia del desafío que a la hegemonía regional de EE.UU. plantean los gobiernos de Cuba y Venezuela y la continuidad de la insurgencia colombiana.
4) El entrelazamiento de la movilización social y los procesos reformadores con la acción de otras potencias con intereses y objetivos propios en la región (p. ej. compra de equipos militares por el presidente venezolano Chávez a España y Rusia para el armamento de reservistas; visita de delegaciones militares latinoamericanas a China), y el consiguiente ahondamiento de las divergencias de intereses regionales entre las grandes potencias y bloques regionales ―EE.UU., Unión Europea, Rusia, China― y sus socios o aliados internos.

Conclusión
Es probable que la situación en América Latina siga un curso signado por nuevas conmociones sociales y políticas. Las bases estructurales de la protesta social y de la competencia entre los poderes mundiales y sus socios internos en el subcontinente, permanecen sustancialmente incambiadas. La necesidad y los planes de los Estados Unidos ―y de los sectores de las clases dirigentes locales asociados a sus intereses― para restaurar y consolidar sus posiciones hegemónicas, hoy seriamente cuestionadas por los movimientos sociales y por la puja de otras potencias mundiales con intereses en el área, probablemente se traducirán en alguna forma de “contragolpe”. Puede haber nuevas rebeliones populares e intentonas golpistas. En los casos de Cuba y Venezuela la intervención norteamericana no puede descartarse, directa o encubierta bajo formas "inter-americanas". Todo ello contribuye a impregnar el escenario regional de conflictividad e inestabilidad.
Los países del Cono Sur, condicionados por sus antiguos y profundos lazos comerciales, financieros y político-estratégicos con las grandes potencias ―y sujetas sus relaciones internacionales, como consecuencia de esos lazos, al "cepo" crecientemente cuadrangular antes descripto― se ven dificultados para acordar y llevar a cabo políticas independientes y verdaderos procesos de integración capaces de constituirlos en un protagonista unitario del sistema internacional (y no sólo en la subregión de uno u otro de sus polos políticos o económicos).
En un mundo multipolar, conflictivo y caracterizado por profundas asimetrías, sigue planteada la necesidad de revalorizar a los países de la región como naciones y de forjar un rol autónomo para América Latina en el escenario internacional, fundamentos imprescindibles para un relacionamiento igualitario y soberano con las grandes potencias, para la profundización y ampliación de relaciones económicas y políticas en términos de paridad con todos los países, y para un verdadero proceso de integración regional fundado en la solidaridad y en la cooperación política en defensa de los intereses regionales. Un camino de integración capaz de superar los límites impuestos por criterios de "competitividad" orientados unilateralmente hacia el comercio exterior, y de afianzar ese camino frente a las presiones de los grandes centros mundiales de poder en los temas esenciales para la implementación de políticas de reindustrialización y de desarrollo económico y social.
Octubre 2005


III Jornadas Latinoamericanas de Historia de las Relaciones Internacionales
Crisis y cambios en las relaciones internacionales latinoamericanas: historia y actualidad
Valparaíso–Viña del Mar, Chile 23, 24 y 25 de noviembre de 2005



[1] Banco Mundial, http://web.worldbank.org/WBSITE/EXTERNAL/BANCOMUNDIAL/EXTDECPGSPA/EXTGBLPROSPECTSPA/EXTCHLGBLPROSPECTAPRILSPA/0,,contentMDK:20423685~menuPK:802664~pagePK:64218950~piPK:64218883~theSitePK:659199,00.html
[2] Eric Hobsbawm: Crisis y ocaso del Imperio. Diario Clarín (Argentina), 15-10-05.
[3] Jeffrey D. Sachs en La Nación (Argentina), 13/05/05, p.19. De acuerdo al Departamento del Tesoro, el déficit presupuestario de Estados Unidos para el año fiscal que concluyó el 30-09-05 ascendió a 319.000 millones de dólares, el tercero mayor de la historia del país. Ello sin incluir los 62.000 millones otorgados por las consecuencias del huracán Katrina (Argenpress, 15-10-05).
[4] Wall Street Journal, en La Nación (Argentina), Suplem. Economía y Negocios, 19/05/05.
[5] Documento sobre “Estrategia de Seguridad Nacional”, setiembre 2002.
[6] La Nación (Argentina), 11/05/05, p.2
[7] Recordar, además, la dura advertencia de Putin a Bush: "Antes de criticar a Rusia, Washington debe barrer primero delante de su puerta". La Nación 07/05/05, p.3.
[8] La Nación (Argentina), 11/05/05, p.2.
[9] Esta es la opinión del diplomático argentino Felipe De la Balze, Clarín (Argentina), 30/04/05, p.42.
[10] Wall Street Journal en La Nación (Argentina), Economía y Negocios, 20/04/05, p.4. Por su parte el Japón aprobó por primera vez desde la 2ª Guerra Mundial ¾con motivo de la invasión a Irak¾, el envío de tropas fuera de sus fronteras, para sumarse a la "coalición" ocupante encabezada por EE.UU.
[11] Borón, Atilio: “El ALCA y la culminación de un proyecto imperial”. Revista OSAL Nº 11, Buenos Aires, mayo-agosto 2003. En Raúl Zibechi: La integración regional después del fracaso del ALCA. 07-03-05. http://americas.irc-online.org/articles/2005/sp_0503integracion.html
[12] Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela.
[13] Acuerdo Argentina - China: no cometer los mismos errores. C.A.M.E., Comunicado de prensa, 16-11-2004. http://redcame.org.ar/comunicado.php3?id=335. Ver también Eduardo Gudynas: América Latina, Estancamiento del ALCA y apertura hacia China. http://www.integracionsur.com/americalatina/GudyRegionalCoyuntNov04Revisado.pdf
[14] Raúl Dellatorre, Sudamérica quiere bailar con ritmo propio. Diario Página 12 (Argentina),  01/10/2005.
[15] Observatorio de las Relaciones Unión Europea - América Latina (OBREAL). http://www.obreal.unibo.it/Press.aspx?IdPress=120&IdPerson=2871&IdNewsletter=18
[16] EEUU-América Latina: Nuevas prioridades para el Comando Sur. Tom Barry, 5 de julio de 2005. http://americaspolicy.org/pdf/reports/sp_0507comando.pdf.